La biodiversidad no negocia: Una mirada sobre el modelo humano que ignora lo vivo
En tiempos donde todo se cuantifica, desde las calorías del almuerzo hasta los likes por minuto, hablar con la biología Sandra Díaz es como abrir una ventana en una sala cerrada desde hace años
Sandra Díaz es una bióloga argentina nacida en 1961, investigadora superior del Conicet y docente en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Su trabajo se centra en la biodiversidad y la interdependencia entre los seres humanos y los ecosistemas. Díaz fue una referente en la investigación sobre cómo los ecosistemas sostienen tanto la salud del planeta como el bienestar humano. Su enfoque revolucionó la forma en que entendemos la biodiversidad, haciendo hincapié en las funciones esenciales de las especies dentro de sus ecosistemas.
Investigadora superior del CONICET, docente en la UNC, referente global en biodiversidad y una de las voces más potentes sobre la interdependencia entre seres humanos y naturaleza. Su discurso no busca likes: busca vida. Y vida con dignidad.
Nos encontramos en una pequeña oficina del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal. Ninguna gigantografía. Ningún telón de fondo con palabras como "innovación disruptiva". Solo libros, plantas y café.
Humania: Sandra, usted sostiene que el modelo actual es "anti-biologico". ¿A qué se refiere con eso?
Sandra Díaz: Me refiero a que el sistema económico dominante opera como si la biosfera fuera un decorado. Pero la vida, en su diversidad, es el sostén material, simbólico y funcional de nuestra existencia. Ignorar eso es tan absurdo como fabricar un edificio sin cimientos. El sistema promueve la hiperproducción y el hiperconsumo sin reconocer los límites biofísicos del planeta.
Humania: Es decir, el modelo actual niega las condiciones que lo hacen posible.
Sandra: Exacto. Es anti-biologico porque va contra la lógica de los ecosistemas, que se basan en ciclos cerrados, eficiencia, interdependencia y diversidad. El sistema hegemónico, en cambio, es lineal, extractivista y excluyente.
Humania: De alguna manera da la impresión de que en ciertos aspectos hablamos de contradicciones de l modelo. Y sin embargo, seguimos midiendo el progreso en puntos del PBI.
Sandra: Ese es el otro problema: los indicadores que usamos. Valorar la biodiversidad solo por su "servicio ecosistémico" ya es limitar su importancia. Es como valorar a un ser humano solo por su salario. Necesitamos una economía que reconozca el valor intrínseco de lo vivo, no solo su utilidad.
En ese punto, Sandra comparte datos duros. Según el IPBES (Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos), más del 75% de los ecosistemas terrestres están "significativamente alterados" por la acción humana. Alrededor de 1 millón de especies están en peligro de extinción, muchas en las próximas décadas.
Humania: Ante este panorama, ¿cuál sería un modelo alternativo?
Sandra: Un modelo a escala humana. Descentralizado, con énfasis en la diversidad local, en el conocimiento tradicional y en la cooperación. No se trata de volver al neolítico, sino de combinar tecnología y saberes biocéntricos. Un sistema que mida la eficiencia en términos de resiliencia, no solo de velocidad.
Humania: Y en términos de políticas públicas, ¿qué haría falta?
Sandra: Planificación ecológica integral. Áreas protegidas que no sean islas, sino redes conectadas. Agricultura diversificada, no monocultivo. Educación que incluya ecología desde el jardín de infantes. Y, sobre todo, un marco normativo que integre la voz de las comunidades. La biodiversidad no se defiende desde un escritorio en Bruselas.
Sandra no habla desde la teoría. Su trabajo fue clave para introducir el concepto de "diversidad funcional": no importa solo la cantidad de especies, sino los roles que cumplen en el ecosistema. La pérdida de una sola especie puede tener un efecto cascada.
Humania: Los modelos de urbanismo saturados, el mal uso y aprovechamento del suelo urbano ociosos, la desfragmentacion de territorios vulnerables ¿Cómo juega el factor urbano en esto?
Sandra: Es fundamental. La mayor parte de la población vive en ciudades, y muchas decisiones ecológicas se toman desde allí. Pero el urbanismo que tenemos reproduce la lógica anti-biologica: asfalto, cemento, monocultivo humano. Necesitamos ciudades porosas, con corredores biológicos, infraestructura verde y gobernanza comunitaria.
Humania: Y ahí entra la economía...
Sandra: Claro. Una economía que no reconozca la base ecológica de su propia existencia es simplemente suicida. Estamos usando el capital natural como si fuera infinito, cuando en realidad deberíamos tratarlo como lo que es: nuestro sistema inmunológico planetario.
Le pregunto por el famoso "crecimiento sostenible".
Sandra: (sonríe) Es un oximoron. No se puede crecer indefinidamente en un planeta finito. Podemos hablar de desarrollo regenerativo, de bienestar equitativo, pero seguir obsesionados con crecer es como tener fiebre y felicitarse porque sube la temperatura.
Cerca del final, Sandra se pone poética sin perder el rigor.
Sandra: El planeta no necesita que lo salvemos. Necesita que dejemos de atacarlo. La biodiversidad puede recuperarse, pero necesita tiempo, espacio y respeto. No soluciones rápidas, sino relaciones largas. Y eso implica cambiar no solo lo que hacemos, sino cómo pensamos.
Humania: Y eso, para muchos, da miedo.
Sandra: Claro. Porque implica dejar de ser el centro del universo. Pero también es liberador: volver a formar parte de algo más grande, y no estar siempre en guerra contra el mundo.
Reflexión final
Salgo de la entrevista pensando en que muchas veces pedimos "soluciones basadas en la naturaleza". Sandra propone algo más radical: una civilización basada en la naturaleza. Una que no delegue el cambio en una app, sino que se reescriba desde el humus.
Como economista con alma de chamán digital, lo veo claro: si seguimos programando futuros como si el planeta fuera un fondo de pantalla, vamos directo al colapso. Pero si escuchamos voces como la de Sandra Díaz, tal vez podamos hacer algo mejor: rediseñar el deseo. Porque no hay bienestar humano sin bienestar ecológico. Y eso no es opinión: es biología aplicada.