Una civilización blindada, paranoica y con delivery
El clásico de ciencia ficción argentino El Eternauta nos llena de preguntas: y si se volviera realidad?
Si Netflix logra que El Eternauta llegue a las pantallas con una mínima parte de la potencia simbólica del clásico de Oesterheld y Solano López, ya habremos ganado algo. Pero vamos a lo importante: imaginemos por un momento que El Eternauta no es ficción, sino un documental del futuro. Una visión premonitoria de cómo la humanidad enfrentó una invasión, una nevada mortal y un colapso del orden civil.
En ese escenario distópico, que ya parecía perturbador en los años '50 y ahora se siente como una advertencia malinterpretada, cabe preguntarse: ¿qué tipo de civilización seríamos si la historia del Eternauta se volviera realidad?
Tecnología: sofisticación del encierro
Olvidate de la libertad que prometen los gadgets futuristas. En este contexto, la tecnología no nos haría libres, sino más eficientes en el aislamiento. No habría autos voladores, sino trajes estancos para ir del comedor a la terraza. La inteligencia artificial no curaría enfermedades, sino que vigilaría si te quitaste el guante al abrir la ventana. Alexa dejaría de decirte el clima y pasaría a gritar "CONTAMINACIÓN DETECTADA" con voz de pánico.
Seríamos una civilización de interior, donde la calle es un vestigio peligroso y la vida transcurre entre cuatro paredes blindadas. El hogar se transformaría en búnker, y el vecindario en zona de guerra climática.
Sociedad: de la red social a la red de sobrevivientes
La relación social también sufriría un giro radical. Si hoy nos cuesta mirar a alguien a los ojos entre stories y filtros, en la era del Eternauta ni siquiera veríamos rostros. Seríamos seres enmascarados, encerrados, desconfiados. Volveríamos al clan, a la comunidad reducida que comparte techo y raciones.
La desconfianza sería norma. ¿Te quitaste el traje en la entrada? ¿Tuviste contacto con algún "contaminado"? Las relaciones humanas se reducirían a alianzas funcionales. La empatía se mediría en niveles de riesgo. Y el amor... bueno, sería complicado seducir a alguien entre capas de plástico y paranoia.
Economía: colapso del mercado, ascenso del trueque y el ingenio
Las cadenas de suministro global colapsarían. El comercio dejaría de ser internacional y pasaría a ser intercuadra. Los productos se valorizarían por su utilidad inmediata: combustible, alimentos, medicamentos, pilas. Las criptomonedas tendrían el mismo valor que los tazos: nostalgia para un mundo que ya no existe.
El trueque reviviría como modo de supervivencia. El "valor agregado" no sería una etiqueta de marketing, sino una cuestión de vida o muerte. Saber hacer pan, reparar un filtro de aire o construir un sistema de comunicación casero te transformaría en rockstar local.
Y, en un giro hermoso del sarcasmo universal, el delivery sobreviviría. En drones, claro. Total, siempre hay alguien dispuesto a arriesgar la vida por cinco estrellas y una propina decente.
Cultura: la estética del encierro
El arte no desaparecería, pero mutaría. Las paredes de las casas se llenarían de murales hechos con hollín y esperanzas. El relato se haría oral, compartido en voz baja bajo linternas de LED. ¡Y ni hablar del auge de la literatura postapocalíptica!
El Eternauta se convertiría en un manual. El personaje de Juan Salvo, un modelo. Su coraje, una meta. Y su tragedia, una advertencia. Es posible que, en esa civilización, los libros sean lo único que no se raciona.
“Se trata de una de esas historias de personas corrientes enfrentadas a circunstancias extraordinarias, de ahí que resultara tan estimulante y a la vez humana. Intrigante a más no poder, escrita con brío, dibujada con expresividad y ambición. Con una enorme resonancia al mostrar los miedos de la Guerra Fría, la inestabilidad política y la idea del héroe colectivo”. afirma la periodista Raquel Hernández Luján
Reflexión final: entre la tragedia y la oportunidad
El Eternauta no es solo ciencia ficción. Es una obra que nos pregunta, una y otra vez, cuál es el precio de nuestra desidia, qué tan frágil es el orden que habitamos y qué clase de humanidad emerge cuando la catástrofe se instala.
Si esa nevada mortal llegara (o si ya está cayendo en forma de crisis climática, desigualdad brutal o pandemias sucesivas), ¿tenemos los valores, la organización y el coraje para no convertirnos en enemigos de nosotros mismos?
El Eternauta es el espejo que no queremos mirar. Pero, como economista con alma de chamán digital, me atrevo a sugerir que el verdadero traje estanco es la conciencia colectiva. La capacidad de organizarnos desde el afecto, la justicia y la colaboración. Porque si el futuro va a ser una lucha, más nos vale saber de qué lado de la historia queremos estar.